NdP. Toledo, 8 de abril de 2020.
Educación y Persona desea expresar su solidaridad con las víctimas de la pandemia y sus familiares. Y nos unimos al aplauso a los diferentes sectores profesionales: sanitarios, limpieza, fuerzas del orden, abastecimiento…, que están actuando con generosidad admirable en estas circunstancias tan difíciles.
Desde nuestra experiencia docente–tanto en la Enseñanza Pública como en la Enseñanza Concertada– queremos aportar nuestra reflexión sobre los efectos de la pandemia en el ámbito educativo que –como en otros ámbitos de la vida social– está provocando situaciones excepcionales. Es importante responder de manera racional para gestionarla del mejor modo posible.
Aunque no podemos saber cómo va a evolucionar la situación sanitaria hasta el final de curso sí hay cosas que podemos discernir a partir de los datos que tenemos. Sabemos, por ejemplo, que ya han sido evaluados 2/3 del curso, que se está trabajando telemáticamente desde casa y que hay un porcentaje de alumnos –aunque minoritario-que no dispone de suficientes medios tecnológicos o bien, alumnos cuyo confinamiento no reúne las condiciones óptimas para el trabajo. Sabemos también que el último tercio del curso no se impartirá de modo presencial o que, en el mejor de los casos, se volvería a las aulas solo algunas semanas del final.
Nos consta el esfuerzo del conjunto del profesorado que se ha volcado en intentar ayudar a sus alumnos preparando en un tiempo record una adaptación curricular a una docencia exclusivamente telemática. Nos consta, también, la dedicación intensa de las familias en el apoyo de sus hijos para responder a las tareas. Sabemos que, sobre todo los primeros días, esta situación se vivió con notable carga de estrés tanto en el profesorado como en las familias. Aunque en muchos casos ya se está logrando un equilibrio razonable.
Es mucho el esfuerzo realizado por alumnos, por profesores y por las familias. Es absurdo en este sentido plantear la finalización del curso académico (como ha hecho determinado colectivo), ni siquiera en razón de un pequeño porcentaje de alumnos que no disponen de suficientes medios tecnológicos.
Sería tan injusto dar un aprobado general –que ignoraría los esfuerzos realizados por los alumnos aplicados– como suspender a algunos alumnos solo por motivo de las limitaciones tecnológicas. Pero adaptar la evaluación a las circunstancias concretas del alumno es práctica habitual en el sistema educativo. Si bien es cierto que nunca se ha dado una situación semejante a esta pandemia, no menos cierto es que en la práctica docente los profesores siempre hemos tenido que adaptarnos a situaciones sobrevenidas en las que se intenta no perjudicar al alumno al mismo tiempo que se pretende evitar injusticias respecto del resto de alumnos. Como en cualquier profesión, las normas generales han de aplicarse con la elasticidad de la vida real, y esta es la virtud del buen profesional. Así, por ejemplo, cuando un grupo de alumnos realiza un intercambio viajando durante una semana a otro país, o cuando un alumno es hospitalizado durante semanas, o incluso meses como el caso de alumnos con cáncer: los profesores intentamos adaptar la evaluación a dichas circunstancias para evitar que el alumno sea perjudicado por ello. También se ha venido haciendo con los alumnos que asisten a clase sin libros por falta de recursos económicos o por proceder de familias desestructuradas. Pero, al mismo tiempo, utilizamos todos los medios o recursos físicos y psíquicos para que progrese su aprovechamiento académico. El valor de un curso académico no se mide exclusivamente por la titulación lograda sino por el crecimiento intelectual y psicológico, por la adquisición de unas capacidades profesionales y humanas que revierten en su propia madurez y bienestar y en el futuro servicio a la sociedad. Y el confinamiento si bien imposibilita la utilización de muchos recursos y experiencias enriquecedoras, también es ocasión para desarrollar otras capacidades que el docente y el alumno han de saber explotar con creatividad.
Por todo ello parece conveniente proponer a las autoridades educativas que descansen en la profesionalidad de los docentes las adaptaciones curriculares pertinentes. Sin duda son los expertos mejor cualificados para adaptar cualquier programación a la realidad de los alumnos y sus circunstancias.
También es oportuno recordar ciertos principios generales respetando los condicionamientos de la situación: Los contenidos y procedimientos evaluables en este último trimestre han de adaptarse en cantidad y cualidad a las nuevas circunstancias, haciendo las concesiones que parezcan razonables y facilitando su logro. Del mismo modo las autoridades deben intentar paliar las limitaciones de la brecha digital en los alumnos afectados. Y, al mismo tiempo, los profesores han de evaluar su rendimiento salvando las limitaciones tecnológicas o familiares derivadas del confinamiento.
Las grandes dificultades no deben ser percibidas como obstáculos sino como retos para nuestro crecimiento personal y colectivo. Y la docencia es uno de los ámbitos privilegiados para ello.
Educación y Persona