Machistas, homófobos y transfóbicos, historia inacabada de un gran fracaso

Con el discurso del machismo se acentúa la conversión de todo hombre, todo joven, todo niño, en un chivo expiatorio

 

Los cánticos de un equipo de rugby de la Facultad de Derecho de la Complutense de Madrid han vuelto a generar la atención preferente y el “escándalo oficial” por su carácter machista. La petición de sanciones máximas, expulsión de la Universidad y descalificación en los medios oficiales, como TV1, han actuado con el automatismo de siempre.

El cántico era desafortunado, faltado de respeto, y el hecho de formar parte de una costumbre, no lo hace más adecuado. Pero, como ya sucedió con el reciente y parecido caso de los cánticos de los chicos de una residencia dirigidos a otra vecina, ocupada por chicas, la reacción, una vez más, ha resultado opresiva, por sus excesos y por su criminalización. En ese foro oficial que es TV1, cuya audiencia se acerca a la marginalidad, y que pronto conseguirá que se subvencione a quien la vea, se llegó a asociar este tipo de actitudes con las violaciones de La Manada.

La vara de medir y la hipersensibilidad hacia todo lo que consideran machista homófobo y transfóbico se ha convertido en una losa, cuyo peso se hace insoportable cada vez por más personas, ha generado una atmósfera irrespirable de censura, punición y señalamiento, que solo es comparable a la que sufríamos los desafectos al régimen en lo más profundo del franquismo.

Lo primero que se tendría de establecer es cuál es la naturaleza del machismo y cuáles son los límites que establece en relación con la libertad de expresión. Porque según La Real Academia Española, es la actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres y también una forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón. Su correlato, negado por el poder, pero cada vez más omnipresente, seria el hembrismo “la discriminación sexual, de carácter dominante, adoptada por las mujeres”.

Pero estas faltas de respeto no justifican ni mucho menos el derecho a la sanción, sobre todo cuando forma parte de una forma determinada de entender el jolgorio. Lo que sí cabe siempre es la enmienda ética, el exponer, porque la ofensa, aunque no sea el fin perseguido por el acto, aunque sea de “broma” no tiene cabida en una sociedad que necesita el respeto para convivir.

Y junto con el machismo, aparecen dos chivos expiatorios más: la homofobia y la transfobia que, de constituir actitudes deleznables y marginales, han pasado a ocupar el centro del escenario por razones ideológicas interesadas. Aquí también hay una quiebra del entendimiento moral. Toda persona merece ser respetada con independencia de su condición, y a la vez ésta ha de procurar que su comportamiento sea respetuoso hacia los demás. Quienes se dedican, pongamos por caso, a enseñar sus posaderas en atuendos a caballo entre el exhibicionismo y la provocación, en las desfiladas públicas homo y trans, merecen respeto, porque su dignidad es inherente a su condición de personas, pero al mismo tiempo han de ser conscientes del rechazo que provocan en una gran parte de la sociedad, lo que constituye un caldo de cultivo que explica el rechazo.

Todo esto tiene una matriz: la  imposición de la ideología de género, que causa  estragos acumulativos que se apreciarán en su totalidad cuando hayan transcurrido varias décadas y los daños sean ya irreversibles, si no son frenados antes.

El propio feminismo fundamentalista de genero ya lo experimenta en su propia piel, con la ley trans. Tantos años de jugar con el concepto anfibológico de la ideología de género de manera más y más radical, ahora ven como tal idea se les vuelve en contra hasta hacer desaparecer a la mujer y con ella al feminismo, porque este será el resultado de la  Ley Trans si no se cambia en la tramitación. Una ley que modifica nada menos que otras  18 leyes, y que, como han señalado el Consejo de Estado y el Consejo General del Poder Judicial, violenta los derechos y libertades fundamentales y genera inseguridad jurídica.

En todo esto hay una carencia de raciocinio moral, propia de una sociedad donde las virtudes han sido suprimidas y los valores sometidos a los dictados del régimen ideológico bajo el que vivimos.

La criminalización del hombre por el hecho de serlo, el borrado de la mujer convertida en un “ser gestante”, la liquidación del padre y la madre, el esposo y la esposa, la reducción de la patria potestad a la nada, el conferir a homos y trans privilegios, como el extraordinario de la inversión de la carga de la prueba, que les dota de un poder extraordinario para denunciar en una sociedad judicializada, definen un panorama extremo que comporta una reacción contraria creciente. Porque, al igual que en la tercera ley de Newton en la física, en la sociedad toda acción excesiva genera una reacción opuesta que tiende a ser tan fuerte como la acción que la provoca.

Y en eso estamos. Cerca de dos décadas de políticas de género contra la violencia sexual se saldan con el fracaso absoluto de su crecimiento en nuestra sociedad, sobre todo entre la gente joven, la que ha crecido bajo esta teórica educación y sobre todo castigo al hombre que la práctica.  En  menor medida, porque  son una pequeña fracción de la sociedad, también las legislación sobre la homosexualidad y sus privilegios genera un rechazo creciente. Por su parte, el rebote de cómo abordar la transexualidad ya se ha presentado cuando la ley ni siquiera está aprobada.

Todo esto constituye un inmenso fracaso, porque han transformado las razones de la dignidad y el respeto en un arma ideológica y política, que ataca al hombre, menosprecia a la mujer, excepto cuando puede presentarse como víctima del hombre, convierte en sospechosa la vocación de maternidad y denigra a la viuda que ha dedicado toda su vida al cuidado del hogar y la familia.

Pero, al mismo tiempo, han construido una sociedad hipersexualizada, en la que impera la pornografía y la prostitución como formas masivas de consumo utilizadas desde temprana edad, se glorifica como «empoderamiento” el exhibicionismo desmadrado de determinadas cantantes y famosas, se alienta la relación sexual entre menores de edad, porque lo único que cuenta es el famoso consentimiento, algo que es solo una condición necesaria, pero ni de lejos suficiente. Se reduce la educación sexual a una clase que oscila entre la medicina preventiva sobre cómo evitar las enfermedades de transmisión sexual y el Kama Sutra para aficionados.  Se generaliza el uso de alcohol y drogas en la relaciones festivas, que tiene su exponente máximo en la cultura homosexual del chemsex, porque, y no es un dato menor, la promiscuidad propia de la cultura gay se ha trasladado sin esfuerzo al conjunto de la población, porque es la que mejor responde a la idea fuerza de la sociedad desvinculada, basada en la realización personal, solo o primordialmente por la satisfacción del deseo concupiscente, y esto significa sobre todo, idolatría del sexo y también del dinero, y del poder por el poder.

El resultado de todo esto es un fracaso de proporciones históricas que solo ha comenzado, y al que, si no conseguimos ponerle fin, se llevará  por delante a la sociedad y a sus  instituciones públicas y privadas.

Josep Miró i Ardèvol

 

Publicado en ForumLibertas.com