La violencia de género como excusa ideológica

 Los grandes ideales no están exentos de la contaminación de intereses menos nobles. Esto es lo que ha sucedido con el presunto fraude de los padres de Nadia, la niña con una enfermedad rara: el deseo de colaborar con algo bueno cegó en los donantes su percepción de la realidad. Y es que la visceralidad no es buena consejera de la racionalidad. Tal parece que ocurre ahora con la Ley para una sociedad libre de violencia de género recientemente aprobada en Castilla la Mancha. La bondad de la causa obnubila la racionalidad de su diagnóstico y, consecuentemente, sus propuestas de solución. Por eso esta ley tiene aciertos y errores; pero estos últimos son graves porque quedan camuflados por la ignorancia de creer que solo hay un feminismo y una forma de interpretar el origen de la violencia: sin embargo, las tesis de Judith Butler y del posestructuralismo no son el único modelo para diagnosticar esta violencia. Butler siempre dejó claro que su planteamiento político surgió a través de la proyección colectiva de sus preferencias sexuales. Pero lo visceral es mal consejero de la racional como he dicho ya.

La realidad de la violencia no radica en la estructura patriarcal como presupone el dogma del feminismo de género, ni se debe al dogma marxista-hegeliano de la confrontación de contrarios hombre-mujer –del feminismo existencial de los sesenta–, sino que hunde sus raíces en las deficiencias de un psiquismo mal integrado que utilizará el machismo o cualquier otra herramienta para ser dañino. Si se ignora esto, el sexismo del pasado será sustituido por un sexismo de signo contrario. La violencia machista (la que se origina por una concepción de supuesta inferioridad de la mujer) no es más que una de las formas en las que un varón puede actuar con perversidad. Pero la violencia no es mala por ser de género, sino que un rol de género es malo cuando lleva a la violencia, que no es lo mismo.

Juan Tenorio, pero también la Celestina, son personajes egocéntricos y narcisistas, capaces de destruir lo que pase por sus manos con tal de lograr sus intereses exclusivamente egoístas. Por descontado que la violencia femenina no utilizará tanto la fuerza física para causar daño, pero sí dispone de otros mecanismos igualmente perversos. La perversidad no es patrimonio de uno u otro sexo –a pesar de los dogmas de género– por más que sí sea real la histórica subordinación y discriminación de la mujer. Por eso sí es justo detectar las alarmantes situaciones de maltrato hacia las mujeres, pero no a costa de ocultar otras formas de maltrato –por ejemplo, a ancianos y niños-. Sí es legítimo perseguir la violencia contra la mujer, pero no a costa de condenar al varón por el hecho de ser varón, ni suprimiendo la presunción de inocencia, ni ocultando la violencia cometida por mujeres hacia hombres. ¿Acaso es más grave el asesinato de Diana Queer que el del pequeño Gabriel, “el pescaíto”?

Pero hay un segundo error grave en la ley provocado por su dependencia ideológica: utilizar la excusa de la “educación en igualdad” para inculcar esta ideología en el sistema educativo vulnerando abiertamente derechos fundamentales protegidos por la Constitución: la libertad de conciencia (art. 16) y la libertad de educar a los hijos en las propias convicciones morales (art. 27.3).

El currículo de la asignatura en pilotaje impone a los alumnos la convicción de que deben definir su identidad de género desde este criterio ideológico y en abierta oposición al criterio antropológico de muchos padres. Al negar los fundamentos naturales (neurológicos y endocrinos) de la identidad psíquica, la Ideología de Género rechaza los principios elementales de la Psicología Evolutiva sometiendo la maduración psicoafectiva de los menores a una crisis innecesaria. El currículo impone también una educación afectivo sexual reduccionista desvinculada de la afectividad y el amor maduro. Una sexualidad desvinculada de la antropología complementaria entre hombre-mujer.

Los hechos, no las ideas, son los que definen la realidad. Pero el feminismo de género ha optado por las ideas renunciando a los hechos. Y aunque es legítimo y enriquecedor en una sociedad democrática conocer todo tipo de perspectivas, no lo es imponer de modo totalitario un sistema ideológico y mucho menos en el sistema educativo. ¿Dónde está la capacidad crítica de los políticos incapaces de distinguir entre la protección de las mujeres y los dogmas de las ideologías? Con la visceralidad no se construye el Bien Común.

 

                                       Fernando López Luengos, Profesor de bachillerato en la Enseñanza Pública

                                                                                            Presidente de Educación y Persona

Artículo publicado en Forum Libertas